¡Ay que casualidad, ahora otra guerra mundial, la gente no respeta ni que estamos en carnaval! ¿Quién diría que este eterno estribillo de aquel mítico cuarteto esté, por desgracia, a la orden del día? ¡Qué pena! ¡Y qué rabia!

Han sido dos años de parón, de vivir de recuerdos y de no poder hacer otra cosa que escuchar coplas tras una pantalla. Y, justo ahora, en el momento en el que vuelve a sonar carnaval en los teatros y en las calles, viene Putin y le da por liarla, («chiquillo, ¡tate quietecito por una vez!»). No voy a entrar en el conflicto político, pero obviamente estoy en contra de todo conflicto bélico, y más en carnavales. La única batalla que apoyaré siempre será la de las coplas, la que enfrenta a poetas por conquistar una calle, el resto me parecen simples espectáculos armamentísticos en los que solamente hay perdedores: las víctimas inocentes.

Pero no vengo a hablar de Rusia ni de Ucrania, poco puedo solucionar en unas líneas ni yo soy quién para hacerlo. Quiero hablar de otra guerra, otra batalla que libramos los carnavaleros del Condado año tras año en nuestra tierra. Y sí, en el Condado de Huelva vivimos una minoría (no tan pequeña) aficionados al carnaval de coplas y que cada febrero salimos a la calle con nuestro disfraz y nuestras armas: caja, bombo y guitarras. Una batalla que cada vez es más difícil, puesto que nos hemos encontrado más barreras que oportunidades y que, por lo general, salimos siempre perdiendo.

Se trata de una lucha de poder en la que partimos con desventaja. El poder es susceptible a la visión que tienen de nosotros, y es que siempre nos ponen la misma excusa: «es que esto aquí nunca ha gustado». Cierto es que no sucede en todos los pueblos, hay algunos que han sabido mantener alejados de sus fronteras a los derrotistas enemigos de nuestro régimen carnavalesco. Pero cuesta mucho mantenerlos firmes apartados de nuestro territorio, puesto que muchos de ellos tienen cierta relevancia política en el propio desarrollo de la fiesta, ya que de sus decisiones dependen eliminar barreras o no. Quizás sea mejor que haya parlamento entre ambas partes y que se llegue a un acuerdo, al final esta «minoría» cada vez se hace más grande y demanda más participación.

Y en relación a esto, me tiro a la piscina. El Condado precisa ya de un festival a nivel comarcal, en el que todos participemos y fomentemos más la cultura que nos une. Al fin y al cabo, si en nuestro día a día vivimos de las relaciones entre nosotros, el carnaval debe también reflejar esta vida cotidiana de convivencia. Y, además, que no sea un festival único y exclusivo, que poco a poco de cabida a todo aquel que quiera participar. En definitiva, un festival del Condado en el que la única batalla importante sea la que se libre en un escenario de papelillos y que con sus armas le regalen al público coplas para la eternidad.

Y por eso, os llamo a filas. ¡A las armas, compañeros!

Autor: Víctor Castizo Morales

Un comentario en «¡A las armas, compañeros!»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *