Seguramente, abriendo este melón, la polémica, el hate y algún que otro feminaziestén a punto de explotarme en la cara. Pero como eso de crear polémica, a mí personalmente, me ha dado vidilla alguna que otra vez, pues allá voy.  

A veces me gustaría ser un hombre. Sí. Tal como lees. Me gustaría serlo para gozar de privilegios que, como mujer, no tengo. No solo hablo de poder orinar en cualquier parte, ni de los claros privilegios políticos, económicos y sociales; hablo de algo que, considero, solo los hombres se pueden permitir: el privilegio de la mediocridad. Exacto; considero que poder ser mediocre es un lujo. 

Desde tiempos inmemoriales, las mujeres siempre hemos tenido que reivindicar nuestro espacio en el mundo, ese que “por naturaleza” solo ocupaban los hombres ignorando así a casi el 50% de la población. Las mujeres estamos constantemente peleando y defendiendo el lugar que tanto nos ha costado conseguir; porque en el momento en el que dejamos de hacerlo, sabemos que ese espacio será ocupado por un hombre. De esta forma, la mujer está obligada a ser excelente continuamente para demostrar que merece estar donde está, porque siempre habrá alguien que ponga en duda su valía o su profesionalidad. 

Esto pasa, sobre todo, cuando una mujer -generalmente joven- llega a puestos de poder, ya sea dentro del poder político o en una empresa. Su profesionalidad y su valía para ese puesto siempre estarán miradas con lupa y, por supuesto, cuestionadas. Claro ejemplo es el caso reciente de Irene Montero, Ministra de Igualdad, a quien en la Cámara baja se la tachó de llegar a su puesto por “estudiar profundamente a Pablo Iglesias”. Sin embargo, al hombre que enunció aquellas palabras “no me pregunten demasiado que no he dormido nada”, se le permite ser así de mediocre sin dudar de su valía ni mucho menos de su profesionalidad, a pesar de ser presidente del Gobierno español en aquel entonces. Imaginaos el escándalo que hubiese sido si esto lo hubiese dicho una mujer. Por esto digo que no se nos permite ser mediocres. Un hombre, sea mediocre o no, tendrá un lugar asegurado en el espacio público por su condición privilegiada en el sistema; mientras que una mujer siempre tendrá que demostrar que es válida para estar ahí. 

Personalmente, estoy exhausta de tener que demostrar constantemente mi valía en cualquier ámbito de mi vida. En esta sociedad, las mujeres mediocres no tienen cabida. Porque no solo yo, sino todas las mujeres, todos los días de la semana y las 24 horas del día tenemos que ser fuertes, que poder con todo y que ser excelentes en los estudios, en casa, en el trabajo, con la pareja, con los hijos o hijas, en el deporte, en cuidarnos, etc. para que así nadie tenga ni un ápice de duda de que merecemos tener el espacio que tanto nos ha costado conseguir. 

¿Entendéis un poco entonces por qué digo que la mediocridad es un privilegio? Porque a los hombres se les permite ser mediocres, incluso en puestos de poder, sin que se ponga en duda ni su profesionalidad ni su valía. Porque ellos no tienen la necesidad, ni la han tenido nunca, de reivindicar constantemente su espacio en la sociedad. Por eso, a veces me gustaría ser un hombre,aunque sea un día, para poder tener el privilegio de poder ser mediocre. 

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